En la memoria siempre nos quedan algunas vivencias que marcan nuestra niñez. Abro la puerta de mi corazón y allí estoy con mis hermanas y primos, jugando en un bosque de hayas, donde en ocasiones nos reuníamos a merendar.
La noche anterior, mis hermanas y yo apenas dormíamos por la emoción, y también porque, cercano al hayedo había una antigua mina de hierro, donde en su día, se asentaron las familias y mineros que la trabajaban. Según contaba una leyenda, en ese pequeño y abandonado poblado, vivía en soledad, una envejecida y arrugada mujer que vestía de negro, y un largo bastón en el que se apoyaba para socorrer su escasa agilidad. Era la vieja de la mina, a la que popularmente llamaban "la Bruja Fabiola".
El día de campo, tenía la peculiaridad de que mis padres y tíos, entre otros alimentos, cocinaban unos huevos de corral, para luego y una vez enfriados, pintarlos con diferentes caras. Una cara de un Rey, la de un payaso, una rana, la cara de un ogro o la de una bruja... Luego, escondían los huevos en un lugar de aquel mágico y maravilloso hayedo, donde las copas filtraban unos sibilinos rayos de Sol. Allí, junto a mis hermanas y primos, buscábamos con frenesí el ansiado premio que luego había que romper y comer.
Por todo esto y mucho más, mi familia me enseño a admirar y amar la naturaleza, me educaron a respetar a todos los seres vivos y a ser amable con la vida. Ahora y en mi vida cotidiana, ellos, mi familia, incluso "la Bruja Fabiola" reaparecen en mi alentadora memoria y corazón. J.Rueda
Nota: Esta es la carta que recientemente escribí para un concurso que luego no daba mucho de si... No obstante, quiero aprovechar hoy a colgarla en el blog, Además del texto, he editado una imagen que se acerca a las emociones descritas. Espero que la disfruten leyéndola tanto como yo al escribirla.
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